A principios del siglo XIX, un
joven londinense aspiraba a ser escritor. Pero todo parecía estar en su contra.
Solo pudo ir a la escuela cuatro años. Su padre había sido encerrado en la
cárcel por no poder pagar sus deudas, y con frecuencia este joven se sentía
desalentado.
Finalmente; consiguió un trabajo
pegando etiquetas en las botellas de un depósito infestado de ratas. Tenía tan
poca confianza en su capacidad que escondía lo que escribía. Luego de un tiempo
en vio por correo su primer manuscrito, producido en la oscuridad de la noche,
de modo que nadie pudiera reírse de él. Sus cuentos fueron rechazados uno tras
otro. Hasta que llego el gran día en que uno de ellos fue aceptado.
Es verdad que no le pagaron por
él, pero un editor lo había elogiado. ¡Un editor le había brindado su
reconocimiento! Estaba tan emocionado que camino sin rumbo por la ciudad, con
lágrimas cayéndole por las mejillas.
El elogio y el reconocimiento que
había recibido al lograr que se imprimiera uno de sus cuentos le cambiaron la
vida. Si no fuera por aquel aliento, podría haberse pasado toda la vida
trabajando en lugares bajos. Tal vez conozcas el nombre de aquel joven: Charles
Dickens.
La gente trabaja por dinero, pero
dará siempre un paso más si obtiene reconocimiento.
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