lunes, 3 de noviembre de 2014

Miedo a equivocarme

     Hace unos días, fuera del hospital la noche era fría, y en el quirófano tambien se sentía un frio que calaba hasta los huesos, curiosamente, no se si en todos los hospitales hacen lo mismo, pero en este hospital en primavera y verano tienen apagado el aire acondicionado, y en estos días frios lo tienen encendido toda la noche, o por lo menos la mayor parte de ella. Me encontraba en el transcurso de una cirugía complicada de vesícula biliar, alrededor de las dos de la mañana, rodeado del anestesiólogo, el pimer ayudante y además único, enfermera quirúrgica y circulante. Las paredes claras reflejaban la luz blanca de las luminarias, y hacian eco las notas de la cucaracha ya no puede caminar que brotaban inexpugnablemente del inteligente del anestesiólogo. Estando en abdomen, en la disección de las estructuras biliares, con el primer ayudante a medio dormir, lo mismo que la señorita circulante que yacia en una de las mesas de acero inoxidable, le hice una pregunta relativo a la patología que estabamos tratandio en ese momento. Un silencio returmbo, durante muchos instantes nadie pronunció palabra alguna, menos el ayudante. Nuevamente planteo la pregunta, y el ayudante sigue sin contestar, ahora con perlas de sudor en su frente, no contesta, ¡Di lo que sea! ¡No tengas miedo! pero contesta, -Le dije-, a lo que solo se atrevió a decir: es que tengo miedo a equivocarme.
      Hace un tiempo leí una historia maravillosa que me gusta mucho explicar. Una maestra de primaria estaba dando una clase de dibujo a un grupo de niños de seis años de edad. Al fondo del aula se sentaba una niña que no solía prestar demasiada atención; pero en la clase de dibujo sí lo hacía. Durante más de veinte minutos la niña permaneció sentada ante una hoja de papel, completamente absorta en lo que estaba haciendo. A la maestra aquello le pareció fascinante. Al final le preguntó qué estaba dibujando. Sin levantar la vista, la niña contestó: «Estoy dibujando a Dios». Sorprendida, la maestra dijo: «Pero nadie sabe qué aspecto tiene Dios». La niña respondió: «Lo sabrán enseguida».
      Me encanta esta historia porque nos recuerda que los niños tienen una confianza asombrosa en su imaginación. La mayoría perdemos esta confianza a medida que crecemos, pero pregunta a los niños de una clase de primaria quiénes consideran que tienen imaginación y todos levantarán la mano. Pregunta lo mismo en una clase de universitarios y verás que la mayoría no lo hace. Estoy convencido de que todos nacemos con grandes talentos naturales, y que a medida que pasamos más tiempo en el mundo perdemos el contacto con muchos de ellos. Irónicamente, la educación es una de las principales razones por las que esto ocurre. El resultado es que hay demasiada gente que nunca conecta con sus verdaderos talentos naturales y, por tanto, no es consciente de lo que en realidad es capaz de hacer.

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