sábado, 6 de junio de 2015

BONO A LA PRODUCTIVIDAD


Hace unas semanas, era la noche de un viernes frío y lluvioso, la circulación era lenta en la carretera, y yo estaba cada vez más desesperado por llegar al trabajo. A pesar del esfuerzo –del auto-, por avanzar entre la multitud de vehículos, llegué tarde al trabajo. No obstante; me dirigí de inmediato a mis actividades habituales, y me encuentro con una grata sorpresa, un memorándum estaba en la pizarra de avisos, señalando que se va a otorgar un bono de productividad a los trabajadores con mejor desempeño. No le di importancia.
Tras haber realizado mis actividades, en consulta externa y hospitalización; entonces me visto el uniforme quirúrgico e ingreso al área de quirófanos, donde ya se encontraba reunido todo el personal que labora en esa sección. Y el tema de conversación era precisamente… ¡El bono de productividad! Todos se alegran, ¡Ahora sí, vamos a echarle ganas! –Dice uno-, ¡Hasta lo que no es quirúrgico hay que operar! –Dice otro-, y así; cada uno de los presentes manifestó su algarabía por el dichoso bono. Hasta que llegó el turno del que funge como representante laboral, que con toda tranquilidad saca de entre sus cosas un manojo de hojas, quizá tres o cuatro. Se coloca sus anteojos, nos mira a todos, esboza una sonrisa como diciendo “ingenuos” y dijo: no se aceleren, tranquilos, para hacerse merecedores al bono de productividad deben de reunir ciertas condiciones, no es así como operar mucho solamente, ese aspecto de hecho no es considerado entre las condiciones. Se tomará en cuenta la puntualidad, la asistencia, las no incidencias, los retardos, los pases de entrada, los pases de salida, las licencias, los permisos económicos, los días a cuentas de vacaciones, las incapacidades… ¿Y la productividad? –Preguntó un médico con notoria seriedad al que estaba leyendo-, entonces, el representante laboral interrumpe la lectura, se retira los anteojos y dice simplemente: no está contemplado ese punto en el acuerdo.
Esta historia es extraordinaria si la consideramos como una extensión más del sistema educativo que nos formó. El sistema educativo, por lo menos para los que rebasamos los treinta años está fundamentado en la escuela del premio-castigo. Te portas bien, obtienes un premio; te portas mal, eres acreedor a un castigo. En la escuela cuantas veces no fuimos testigos de recompensas distribuidas a nuestros compañeros, ¡Un punto si…! ¡No hace examen final si…! ¡Exenta la materia si…! Te premiaban si llegabas temprano, si permanecías quieto,  si no cuestionabas, si te portabas bien, si ibas presentable, si tolerabas la ignorancia del profesor al no debatirle sus argumentos,  si aceptabas que llegara el profesor con el “gallo” o con el aliento alcohólico, o simplemente que respetaras la hora de entrada y salida. ¡Ah!, y que no generaras problemas. No premiaban la productividad o el aprovechamiento, ni lo que tu aportaras,  simplemente premiaban la disciplina y el silencio. Y surge entonces la reflexión, es suficiente con acudir puntualmente a tus actividades y no generar escozor tanto en la escuela como en el trabajo para hacerse de una compensación o bono a la productividad. Pero; ¿Dónde queda la productividad?

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