miércoles, 10 de junio de 2015

LA PREOCUPACIÓN

En la primavera de 1871 un joven tomó un libro y leyó veintidós palabras que tuvieron un profundo efecto en su futuro. Estudiante de Medicina en el Hospital General de Montreal, estaba preocupado por sus exámenes finales, lo que debía hacer, adónde iría, cómo se crearía una clientela, cómo se ganaría la vida.
Las veintidós palabras que este joven estudiante de Medicina leyó en 1871 le ayudaron a convertirse en el médico más famoso de su generación. Organizó la mundialmente famosa Escuela de Medicina Johns Hopkins. Se convirtió en profesor de Medicina en Oxford, lo que constituye el mayor honor que se puede conceder a un médico en el Imperio Británico. Fue hecho caballero por el Rey de Inglaterra. Cuando murió, hicieron falta dos volúmenes con 1466 páginas para contar la historia de su vida. Su nombre es Sir William Osler. Aquí están las veintidós palabras que leyó en la primavera de 1871, las veintidós palabras de Thomas Carlyle que le ayudaron a vivir libre de preocupaciones: "Lo principal para nosotros es no ver lo que se halla vagamente a lo lejos, sino lo que está claramente a mano".
Cuarenta y dos años después, en una suave noche de primavera, cuando los tulipanes florecían en los jardines, Sir William Osler habló a los estudiantes de la Universidad de Yale. Dijo a estos estudiantes que solía suponerse que un hombre como él, que había sido catedrático en cuatro universidades y había escrito un libro muy leído, tenía "un cerebro de calidad especial". Declaró que esto era inexacto. Dijo que sus más íntimos amigos sabían que su cerebro era "de la naturaleza más mediocre".
¿Cuál era, entonces, el secreto de su triunfo? Manifestó que éste era debido a lo que llamó vivir en "compartimientos estancos". ¿Qué quería decir con esto? Pocos meses antes de hablar en Yale, Sir William Osler había cruzado el Atlántico en un gran paquebote donde el capitán, de pie en el puente, podía apretar un botón y, ¡zas!, se producía un estrépito de maquinaria y varias partes del barco quedaban aisladas entre ellas, aisladas en compartimientos estancos. Y el Dr. Osler dijo a los estudiantes: "Ahora bien, cada uno de vosotros es una organización mucho más maravillosa que el gran paquebote, y efectúa un viaje más largo. Lo que os pido es que aprendáis a manejar la maquinaria que os permita vivir en compartimientos estancos al día, como el mejor modo de garantizar la seguridad del viaje. Subid al puente y comprobad si por lo menos los grandes mamparos funcionan bien. Apretad el botón y escuchad, en todos los niveles de vuestra vida, las puertas de hierro que cierran el Pasado, los ayeres muertos. Apretad otro botón y cerrad, con una cortina metálica, el Futuro, los mañanas que no han nacido. Así quedaréis seguros, seguros por hoy... ¡Cerrad el pasado! Dejad que el pasado entierre a sus muertos. Cerrad los ayeres que han apresurado la marcha de los necios hacia un triste fin... Llevar hoy la carga de mañana unida a la de ayer hace vacilar al más vigoroso. Cerremos el futuro tan apretadamente como el pasado... El futuro es hoy... No hay mañana. El día de la salvación del hombre es aquí, ahora. El despilfarro de energías, la angustia mental y los desarreglos nerviosos estorban los pasos del hombre que siente ansiedad por el futuro... Cerrad, pues, apretadamente, los mamparos a proa y a popa y disponeos a cultivar el hábito de una vida en compartimientos estancos al día".
¿Quiso decir acaso el Dr. Osler que no debemos hacer esfuerzo alguno para preparar el futuro? No. En absoluto. Pero continuó diciendo en ese discurso que el mejor modo de prepararse para el mañana es concentrarse, con toda la inteligencia, todo el entusiasmo, es hacer soberbiamente hoy el trabajo de hoy. Es éste el único modo en que uno puede prepararse para el futuro. Sir William Osler invitó a los estudiantes de Yale a comenzar el día con la oración de Cristo: "Danos hoy el pan nuestro de cada día".
Recordemos que esta oración pide el pan solamente para hoy. No se queja del pan rancio que comimos ayer y no dice tampoco: " ¡Oh, Dios mío! Ha llovido muy poco últimamente en la zona triguera y podemos tener otra sequía. Si es así, ¿cómo podré obtener mi pan el próximo otoño? O supongamos que pierdo mi empleo... ¡Oh, Dios mío! ¿Cómo podré conseguir entonces mi pan cotidiano?" No, esta oración nos enseña a pedir solamente el pan de hoy. El pan de hoy es el único pan que se puede comer. Hace años un filósofo sin un centavo deambulaba por un país pedregoso donde las gentes se ganaban la vida de modo muy duro. Un día se congregó una multitud a su alrededor en una altura. Y el filósofo pronunció lo que constituye probablemente el discurso más citado de todos los tiempos: "No os cuidéis, pues, del mañana, porque el mañana cuidará de sus propias cosas. Cada día trae su afán". 

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